Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Pecado carnal

01/06/2021

La carne siempre ha sido motivo de conflicto. En el paleolítico o neolítico (más o menos por aquellos años) y según testimonio legado por los artistas de Altamira, darle al chuletón ya era motivo de fricción dentro  y fuera de la tribu. Asar un búfalo o un jabalí no era tarea fácil, y comerse la mejor tajada solo estaba al alcance de unos pocos. Y si encima el mamut estaba en el valle de los vecinos, darle a los molares se presentaba como tarea harto compleja. Eso sí, los que saben del tema dicen que comer carne por aquel entonces, fue vital para el desarrollo físico y mental del homo sapiens.
Luego vino la religión y sus costumbres. Sabido es que, a buen parte de la población mundial, le es prohibido disfrutar de las bonanzas de los puercos, incluido su andar. Y conocido también es que, para los que nos enseñaron de pequeños a persignarnos, comer carne también tiene sus límites. Especialmente los viernes de precepto.
En los últimos años, muchos galenos se han apuntado a esta corriente, y raro es asistir a una consulta médica donde no adviertan sobre los peligros de comer mucha carne. El diagnóstico es común y definitivo: moriremos.
El otro día el Gobierno, y su grupo de expertos que vela por nosotros, nos dijo que, dentro de 30 años, tendremos que comer menos carne. Que para ser felices por aquel entonces hay que olvidarnos de los chuletones, de los asadores vascos y navarros, de la vaca gallega, de la variante retinta y de la abulense, del rabo de toro, del cochinillo de Segovia, del tostón de Salamanca, de las chuletillas de Aranda, del ciervo adobao de casa Apelio en Los Yébenes, y del cordero que prepara Juanjo Villa en su mesón ‘El cojo’ en el también toledano Manzaneque.
No se ustedes, pero a un servidor le cuesta imaginarse una mesa sin cuchillo de sierra y tenedor de trinchar. La cosa se pone chunga, y el hecho de Imaginarse un futuro con menos ganaderías, mataderos, rebaños, terneritos y jamón de Aracena es peor que una noche sin cena.
Y es, con esta reflexión, cuando vienen a mi cabeza imágenes de Mad Max, y me imagino corriendo tras un lechón como Mel Gibson tras un bidón de gasolina. Pagando una millonada por un pincho moruno en un chiringuito de feria, o corriendo por Zocodover como el coyote tras el correcaminos.
Vuelvo a lo de la religión y pienso que, en 2050, no comer carne será uno de los 5 mandamientos de la Santa Madre Monclovita. Y quizá el primero, por encima incluso del aquel que dirá: amarás a tu líder sobre todas la cosas.
A falta de ideologías, la religión y la gastronomía volverán a ocupar las agendas políticas y, los ciudadanos, en vez de votar listas electorales, votaremos menús y cartas de restaurantes verdes, mentoladas y con aroma a brócoli. La dieta del votante anacoreta se abre paso, y a ello nos encaminan. Es por nuestro bien y el camino más directo hacia la eternidad y la nueva versión 3.0 del progresismo más carca y puritano. Y, por cierto, los peligros de la carne no solo son gastronómicos. Pero eso es otro tema, y seguro que también nos dirán cuándo, cómo y con quién, que para eso está el catecismo progre.
Mientras espero ser una de las mejores dentaduras del cementerio, voy a quedar con mi amigo Pepe Gaudy en su restaurante en Consuegra, para que me acerque, un menú más, a mi triste final. Y antes de que lo conviertan en centro educador de comida sana. Buen provecho.