La frontera de la Junquera se cerraba con multitud de tractores y agricultores enojados, llenos de buenas razones. No se les puede pedir mil condiciones, atenazados por innecesaria burro-cracia, infame, mientras permiten la importación sin controles desde otros continentes. El sector primario, la alimentación, es fundamental para todos y por intereses económicos de monstruosas megaempresas quieren desmantelarlo e importar de lejos, lo que es todavía más antiecológico, por cómo se genera y el transporte. Mientras burócratas y privilegiados políticos tejían entre comilonas leyes sin contar con sus gentes, con quienes les habían votado, y más bien pensando cada uno en su panza y en su partido, con un lindo y hermoso programa ecológico lleno de florecitas, parte de la agenda 2030, llena de hipocresía e incoherencias, el presidente de Francia mostraba sus avioncitos militares, supercontaminantes, lanzando un misil que podría llevar carga nuclear.
Bien aplaudido ha sido el exabrupto del viceprimer ministro italiano, Matteo Salvini, cuando arremetió contra un Macron que instaba a enviar soldados a Ucrania: «Si quieres ir a la guerra, ponte un casco, ponte un chaleco y vete a Ucrania, pero no rompas las pelotas de los italianos. Que nosotros queremos vivir en paz». No solo los italianos, a nadie conozco que quiera una nueva guerra mundial, ecologísima, claro, destruyendo todo y arrasándolo radiactivamente..., ni siquiera por Ucrania.
Habría que forzar una paz, aunque los ucranianos hayan perdido parte del territorio. Si, como aconsejó el papa, hubieran emprendido negociaciones de paz hace unos meses, podrían haber conservado mucho más territorio en una confrontación en la que los expertos dicen que será imposible recuperar lo ocupado por Rusia. Hablando con un pensador en Siena, Guido Mazzoni, comentábamos el escandaloso silencio de los intelectuales occidentales sobre la trágica proximidad de esta posible guerra mundial.
Se obliga desde Bruselas a mil leyes en las que un padrastro estatal vigila nuestra supuesta seguridad, que muchas veces no queremos, mermando nuestra libertad y, en cambio, propicia una escalada insensatamente peligrosa. Intentaron frenar la I Guerra Mundial muchos dirigentes, que no la pretendían, pero unos pactos infernales y las presiones institucionales estallaron en un monstruoso suicidio de Europa. Todos, absolutamente todos, perdieron.
Europa se hizo esclava dócil de EEUU, un país dirigido hoy por un abuelito gagá que podría perder las elecciones ante un loco peligroso: evidente decadencia suicida.
La inmensísima mayoría de los europeos está en contra de una confrontación atómica con Rusia y, sin embargo, nuestros dirigentes nos roban la voluntad y cada vez más nos llevan hacia esa posibilidad que podría desencadenarse diabólicamente, de golpe. Los italianos quieren vivir en paz, también los españoles, como casi todos. La democracia actual es una evidente farsa, mutada en imbécil partitocracia; la izquierda, cobarde y ciega. Ceguera propia de élites políticas, alejadas de los ciudadanos, que está animando al voto radical.