Sobre mi casa vuelan, dueñas de su cielo, una pareja de águilas reales. Vuelos de amor, picando, lanzándose frenéticas, dueñas de la vida, hacia la dehesa. Leo estos días Umbrales, de Óscar Martínez, un viaje a través de la cultura occidental a través de sus puertas. También vuelvo a ciertos números de los años treinta y cuarenta de The Desert Magazine, una revista sobre los desiertos del suroeste estadounidense. Esas fotografías en blanco y negro y en colores imprecisos, difuminados como niebla donde lo intuido es lo profundo. Lo real. Siempre busqué puertas. De las de obra y de las otras.
Y de las puertas la cabeza me salta, como las águilas del berrocal al Alberche, a las películas de John Ford. Dos por encima del resto. Puede que sea porque de ellas guardo recuerdos desde muy pequeño. Escenas que se quedaron. Y ahí siguen. Siempre El hombre tranquilo. Toda. Desde la puerta del tren que abre la historia. Pero la escena final cierra –o eterniza– un cuento. Una especie de Brigadoon tangible. El espejismo de lo perfecto. Lo ideal. Quizá el paraíso perdido. Minnelli no es Ford. Éste va dejando capas, vetas que afloran con el tiempo. Al menos con mi tiempo. Y hace que las películas, las historias alcancen otras dimensiones y profundidades.
La puerta es Centauros del desierto. Las puertas se abren. Y se cierran. Debes saber a cuál entrar. Y las consecuencias que acarrea la decisión. Y cuáles no son para ti. Entonces te quedas unos instantes en el umbral observando como todo el mundo pasa, con la coreografía de la vida, de su vida. Pero sabes que no es tu lugar, que debes darte la vuelta. La cámara observa desde dentro remarcando jambas y dintel, tu silueta define luz y encuadre. Dentro pasarán cosas, vida. Pero tú no entrarás. La puerta se cierra.
Leone le hizo un guiño a Ford principiando Érase una vez en el oeste. La puerta que se abre lentamente. Una vez fui a buscar esa estación de la primera escena eterna. La encontré. La Calahorra. Sierra Nevada encalada en abril. Los molinos de viento jodiendo el paisaje. Nada es como fue. Nada lo será. Leone tampoco es Ford. Como Tarantino nunca será Leone.
En La tumba india, la araña teje la puerta mágica que cierra y salva a los amantes. La puerta invisible protege. La puerta que tampoco se atravesará. Fritz Lang, otra categoría. Ahora, en The Desert Magazine observo contraluces y mesetas por donde sobrevuela un polvo petrificado en fotografías de hace casi un siglo. La vida es un concatenado de puertas que se abren y que traspasas. O no. Umbrales como en la cueva mágica de Conquezuela en la frontera de los Altos de Barahona, guardada eternamente por el vuelo de la pareja de alimoches. Las águilas del viento quizá no sepan de puertas. El cielo es el umbral.