La última vez que hablé con Teófilo Serrano, allá en su Tudela natal y donde ahora vivía, fue para pedirme que escribirse su necrológica, porque llevaba ya muchos meses aceptando estoicamente su final. Yo, en cambio, no lo aceptaba y en el último whatsapp que le escribí, hace una semana, le decía que en septiembre iría a verle a Tudela.
Éramos compañeros de colegio, él de ciencias -ingeniero de Caminos--, yo en letras, pero, al final, él, como destacado militante del PSOE, y yo, como periodista que seguía crítica e informativamente a ese partido, volvimos a coincidir. De él puedo decir que fue un socialista ejemplar, que aceptó cargos por su valía técnica -fue presidente de Renfe entre 2009 y 2011-y que siempre recibió los problemas de cara, sin escurrir el bulto. Era un valiente que nunca se arredró ante los retos, profesionales y, sobre todo, políticos.
Eso le costó no pocos problemas, claro, en una época en la que 'guerristas' y 'renovadores' se las tenían muy tiesas y en la que la tormentosa Federación Socialista Madrileña, de la que fue secretario general durante tres agónicos años, entre 1991 y 1994, era un auténtico barril de pólvora. a punto de explotar. El sabía, porque me lo anticipó, la cantidad de sinsabores que le iba a costar dejar la secretaría de Estado para la Administración Pública, de la que dimitió para ir a la secretaría general de la FSM.
Teófilo era un hombre bueno en el buen sentido de la palabra bueno. Y siempre sufrió con el mal trato que algunos medios de prensa y muchos compañeros 'del otro lado' del partido le daban: él nunca quiso situarse del lado vencedor y, cuando comprobó que unos no tenían razón, lo dijo. Pero aquellas son viejas rencillas, pobladas de episodios lamentables, de las que nadie, o casi nadie, guarda ya memoria.
Nunca dejó la militancia, a veces un tanto angustiada. Llegando ya casi al final de su vida, me envió un proyecto de libro sobre sus andanzas políticas, que a mí, porque se lo pedí, me sirvió para completar alguna historia que también andaba, paralelamente, escribiendo. Su generosidad, su sinceridad a veces algo brutal, su timidez, eran proverbiales. Algunos de sus compañeros del colegio no olvidaremos fácilmente aquel viaje inaugural del AVE a Valencia, en el que él, presidente entonces de la compañía, iba cantando, entusiasmado, los picos de velocidad del tren. Ni olvidaremos fácilmente su bonhomía. Se nos ha muerto demasiado pronto, por supuesto, tras sufrir con estoicismo y durante años la enfermedad que lo mató.