Si la intención del huido de la justicia, Carles Puigdemont, era dificultar la investidura del líder del PSC, Salvador Illa, como presidente de la Generalitat, su pretensión ha resultado un auténtico fracaso y Cataluña volverá a contar catorce años después con un presidente no nacionalista. Si lo que Carles Puigdemont pretendía era un golpe de efecto que pusiera en ridículo a los Mossos d'esquadra con su aparición y desaparición rocambolesca e infantiloide, lo ha conseguido. Si Puigdemont pretendía revalorizar su figura política, seguir siendo determinante en la política catalana, realmente lo ha malogrado.
El expresidente catalán pareciera que volvía para fortalecer su figura política pese a su palabra de abandonar la primera línea de la vida política si no era él quién ocupara el Palacio de la Generalitat, tras poner en evidencia a un Tribunal Supremo que se resiste a aplicar la ley de amnistía en los términos salidos del Congreso y nada de eso se va a producir con normalidad. El expresidente catalán ha huido nuevamente sin afrontar sus responsabilidades judiciales como hicieron otros correligionarios, ha vuelto a incumplir su palabra y su esperpéntica circense no ha servido para a hacer descarrilar la votación sobre Illa.
Puigdemont llegó y fuese. LLegó arropado por tres millares de acólitos, muy lejos de una gran manifestación de apoyo, realizó una aparición estelar en la que era lógico que fuera detenido en ese momento, ofreció un discurso previsible y anodino y dio el giro de guion de su desaparición cuando se esperaba que fuera detenido a la entrada del Parlament y se diera lugar a un verdadero lío institucional para el que todos los partidos estaban preparados con la posibilidad de dilatar el momento de una nueva sesión de investidura. Sin embargo, la anormalidad de su desaparición, una cuestión policial, dio paso a la normalidad institucional, al discurso programático de Salvador Illa y la intervención del resto de grupos parlamentarios, que tras la votación dará paso a una nueva etapa en la política catalana y española, que estará llena de incertidumbres por la dificultad de cumplir muchos de los acuerdos pactados entre el PSC y ERC para dar continuidad a la legislatura.
El ridículo -con varios padres-, vivido con la huida de Puigdemont -que acabará con su detención-, pasará, tras el consiguiente intercambio de reproches enfocados a Pedro Sánchez. Pero Puigdemont queda amortizado por su cobardía disfrazada de astucia, y dará paso a la fase en que se ha de comprobar si los indultos, la ley de amnistía y el pacto entre el PSC y ERC tiene el efecto de normalizar la convivencia en Cataluña y que el Govern se dedique a resolver los problemas de los ciudadanos. La interacción entre ERC y Junts es un asunto a resolver entre ellos, entre supuestos botiflers y defensores a ultranza de un procés a los que los ciudadanos han dado la espalda en las urnas y en la calle.
La nueva huida de Carles Puigdemont ha opacado el discurso de investidura de Salvador Illa, más breve de lo previsto y más inconcreto para la etapa que se abre en Cataluña y el resto de España que si la normalidad real hubiera presidido la investidura de Salvador Illa, un periodo que se inicia con un "sí crítico cargado de noes" por parte de ERC, que hace presagiar una legislatura catalana convulsa y una legislatura española en almoneda dependiente de Junts.