Este 8 de agosto quedará marcado en el futuro como una fecha de vergüenza, de oprobio. Con un culpable, Pedro Sánchez Pérez Castejón, que además de pasar a la historia como el peor presidente de la democracia, el número uno en corrupción moral, el mentiroso mayor que haya pasado por Moncloa, el dirigente político que apoya lo inaceptable cuando se trata de su mujer y de su hermano, llega al culmen del bochorno ante el espectáculo que ha dado Puigdemont. El hombre con el que entabló diálogo para "pacificar Cataluña".
Puigdemont finaliza siete años de prófugo burlándose de las fuerzas de seguridad catalanas, de las leyes españolas y también del presidente de gobierno con el que negoció una amnistía a cambio de mantener el apoyo de Junts en el Congreso de los Diputados.
Vaya papelón el de Sánchez, al que ha tomado el pelo un prófugo de la Justicia. Sánchez no estaba preparado para lidiar con alguien con un perfil tan falto de principios como él mismo, un hombre sin palabra como él mismo; un Puigdemont que trampea lo que haga falta para alcanzar sus objetivos. El ridículo ha sido espantoso.
Puigdemont y Junts no han ahorrado ninguna humillación a Sánchez y al sanchismo. Entró en España cuando le dio la gana, en Barcelona cuando le dio la gana, pronunció un discurso antiespañol a cielo descubierto rodeado de mossos d´esquadra y policías de paisano sin ser detenido, y para mayor escarnio desapareció … en el automóvil de un mosso, que le facilitó la huida. Por si no fuera suficiente, finalizado el discurso de Illa en el pleno de investidura, Junts presentó una moción para que se paralizara la sesión por las "detenciones ilegales" y por el dispositivo para intentar detectar y detener a Puigdemont, de nuevo prófugo, que se ha ganado el apelativo de Houdini.
Decía Sánchez que sus iniciativas traerían a Cataluña la reconciliación y la convivencia. Si no mentía -su estado habitual-, y pensaba que los indultos, la amnistía, la cesiones fiscales que consideraba inconstitucionales semanas antes, y tantas decisiones más supondrían la convivencia en Cataluña, entonces el presidente español se mueve en un mundo irreal y no puede seguir gobernando. Por incapaz y porque no sabe tratar con un adversario que le mete todos los goles y le ha llevado a tomar iniciativas que jamás tomaría ningún líder democrático. Por ejemplo, considerar al Tribunal Constitucional una entidad jurisdiccional que puede anular decisiones del Supremo que chocan con iniciativas gubernamentales. O llegar a acuerdos con un prófugo de la justicia que se hace pasar por "exiliado".
Lo sucedido este 8 de agosto es vergonzoso. Y duele.
Illa ha pedido en su discurso de investidura una amnistía "ágil, rápida y sin subterfugios". Es evidente que no comparte la consideración del Supremo que recuerda que la amnistía no se aplica al delito de malversación.
Tanto Puigdemont como Illa han hecho referencia directa o indirecta a Josep Tarradellas. Una falta de respeto a quien fue ejemplo de catalán … y de español.