María Pacheco: mujer, madre y comunera

José García Cano
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No se puede olvidar a una mujer que vivió por y para Toledo y que a su vez luchó, sufrió y en parte también murió olvidada, por sus ideas, pensamientos y sentimientos

María Pacheco: mujer, madre y comunera

A pesar de pandemias, nevadas e inclemencias varias, no podemos olvidar -y mucho menos hoy 8 de marzo-, el homenaje más que merecido a una mujer que vivió por y para Toledo y que a su vez luchó, sufrió y en parte también murió olvidada, por sus ideas, pensamientos y sentimientos. María de Pacheco, la famosa líder comunera y ejemplo aún hoy en día, de persona defensora de sus convicciones, a pesar de las circunstancias, los contratiempos y las adversidades.

Los que describieron a María Pacheco en el pasado, hablan de una mujer aficionada a la lectura, de honestas costumbres y delicada de salud, aunque fuerte de espíritu; dulce y amable en el trato, protectora de los débiles y líder indiscutible de los comuneros y comuneras toledanos de aquel siglo XVI. Fue la mujer que consiguió que los pendones del movimiento de las comunidades permanecieran ondeando en las murallas de Toledo durante diez largos meses después del episodio de Villalar.

Entre los múltiples episodios históricos que protagonizó María Pacheco en nuestra ciudad -muchos de ellos entre las paredes del Alcázar de Toledo-, destacamos la detención por los soldados comuneros de don Pedro de Guzmán, conde de Olivares e hijo del Duque de Medina Sidonia. Don Pedro fue apresado cerca del castillo de San Servando y encontrándose con bastantes heridas y magulladuras, fue llevado ante la viuda de Juan de Padilla en una tabla, ante la imposibilidad de moverse por si mismo. María lo había estado viendo pelear desde las ventanas del Alcázar de Toledo y le sorprendió el brío y empuje que don Pedro demostró en la batalla. Se ordenó que fuera curado y bien cuidado, para posteriormente proponerle que se pasase al bando comunero, ofreciéndole María el cargo de «general de toda la gente de Toledo». María comprendió que no convencería a su reo, por lo que decidió hacer un trueque con otros presos toledanos que se encontraban en manos de los imperiales y finalmente lo liberó. Destaca la crónica el buen corazón y piedad de María Pacheco hacia la figura del joven Guzmán, ya que veía en él a un joven y valiente soldado dispuesto a dar su vida por las ideas que defendía; algo muy parecido a lo que ella y sus seguidores estaban haciendo en Toledo y a lo que habían hecho el resto de comuneros incluyendo a su marido muerto en Villalar.

Relatan los documentos como María Pacheco tenía «tanto coraje como si fuera un capitán cursado en las armas, que por eso la llamaron la mujer valerosa»; los toledanos y toledanas del momento la conocieron por su valentía y arrojo, comprobaron como en cierta ocasión tomó unas cruces por banderas, llevando a su hijo en una mula y con un capuz de luto en su cabeza, además de un pendón con la imagen de su marido degollado, como símbolo de su lucha y su dolor. También hay algo de leyenda en su biografía, pues por ejemplo se contaba que a María le habían dicho ciertas hechiceras en Granada que llegaría a ser reina, cosa que ella parece ser que tomó muy en serio. Se contaba además que la esclava negra con la que huyó de Toledo en 1522 era una hechicera que la ayudaba con sus pócimas y sortilegios, una más de las que pululaban por las calles de la ciudad por aquel entonces.

No debemos olvidar lo difícil que fue para María defender su posición como líder comunera en Toledo, ya que se enfrentaba por un lado al Gran Prior de San Juan con su ejército de soldados imperiales que pretendían tomar la ciudad y por otro, a las relaciones con el resto de líderes de la revuelta -todos hombres-, como eran Juan Gaitán, Hernando Ávalos y Juan Carillo. Muchas aristas que debía tener en cuenta nuestra líder para poder llevar a buen término su defensa y sus ideales. A ello hay que sumar los sentimientos como madre; madre de un pequeño al que debía cuidar y proteger, hijo de Padilla y símbolo del amor que se habían profesado ambos. Otra prueba más que debía superar María y que la seguía confirmando como una valerosa, fuerte e indomable mujer.

Y llegaría el día de San Blas del año de nuestro señor de 1522, cuando María Pacheco fue vencida y desarmada, expulsándola de esta su ciudad imperial, por la que tanto había luchado y por la que tanto había perdido. Para ello fue ayudada por María de Mendoza (su hermana) y con la complicidad de don Gutierre Lopez de Padilla (su cuñado). Tuvo que huir a Portugal sobre un asno, vistiendo un traje de labradora para evitar ser degollada como su esposo. Poco después de aquella triste salida de María, la casa de ambos fue derribada hasta los cimientos, araron el terreno y lo sembraron de sal, para evitar que nada pudiese crecer del mismo suelo donde habían morado el capitán comunero y su esposa, que tantas desgracias habían producido al rey Carlos I y ubicada en lo que hoy es la plaza de Padilla. En medio del solar se colocó un pilar con un letrero que explicaba lo ocurrido y que comenzaba con tan acusadora descripción:

«Aquesta fue la casa de Juan de Padilla y doña María Pacheco, su mujer, en la cual por ellos e por otros, que a su dañado propósito se allegaron, se ordenaron todos los levantamientos, alborotos y traiciones que en esta ciudad e en estos reinos se ficieron en deservicio de S.M. los años de 1521. Mandola derribar el muy noble señor don Juan de Zumel… y fueron vencidos los traidores el lunes día de San Blas 3 de febrero de 1522 años».

Años después Felipe II ordenó trasladar la columna con este texto a la puerta de San Martín, añadiéndole unas frases avisando de la prohibición de quitarla de allí, «so pena de muerte». Desgraciadamente la columna se retiró en algún momento que desconocemos.

Tras partir de Toledo y después de un tiempo oculta en algún lugar de Portugal, María se trasladó a la ciudad de Braga, donde la protegieron el arzobispo de la ciudad y su propio capellán, el bachiller Juan de Losa. Durante algunos años residió en aquella ciudad, hasta que por su delicado estado de salud se trasladó a Oporto, concretamente a la residencia del prelado Acosta. Allí vería la muerte en el mes de marzo de 1531, siendo enterrada en la catedral de esta ciudad, frente al altar de San Cristóbal.

Para hacernos una ligera idea del odio que Carlos I profesó a nuestra heroína, recordemos que el emperador no la incluyó en el perdón general concedido el 1 de octubre de 1522; es más, un par de años después la condenó a muerte por rebeldía. En la condena se señalaba que una vez prendida María, se debía llevar a la cárcel de Toledo, desde donde además se la sacaría en una mula, con las manos atadas por detrás y con una soga en la garganta para ser paseada por las calles de la ciudad con voz de pregonero, leyendo públicamente sus delitos y puesta en la plaza de Zocodover, donde debía estar preparado un cadalso para degollarla públicamente.

Así decía María Pacheco en cierto poema de una tragedia publicada en 1788:

 

Ínclitos valerosos toledanos,

que en las guerras más duras y sangrientas

distéis pruebas de un ánimo invencible,

propio de vuestro origen y nobleza;

Ya es tiempo que empuñando el blanco acero,

armados de valor y de destreza,

contra el poder de tantos enemigos

la ciudad de Toledo se defienda.

Ya es tiempo que inflamados vuestros pechos

del amor de la patria, en esta empresa,

causen terror y susto al enemigo,

y vencer o morir todos resuelvan.

Si faltó mi marido, yo en su puesto

imitaré su celo y su firmeza.

Seguidme sin temor, con arrogancia,

juzgando que yo soy otra Isabela;

pues si ella entró en Granda con denuedo,

no temiendo del moro la potencia,

yo ofrezco defender hoy a Toledo,

hasta perder la vida en alta empresa.

 

Para terminar este brevísimo homenaje a María Pacheco, me permito reflexionar sobre un adjetivo que la mayor parte de las antiguas crónicas le colocan a nuestra querida comunera y es el de «varonil». Es un gran error el considerar actos exclusivamente varoniles la valentía, el arrojo, la perseverancia, la defensa de tus ideales, la lucha contra la injusticia y el destino de tu tierra y sus habitantes. Estos valores por los que fue repudiada María Pacheco, son totalmente propios de cualquier mujer y de cualquier toledana; tanto de aquellas que vivieron en el siglo XVI como de las del siglo XXI, que en cierta forma siguen luchando, trabajando y defendiendo otras ideas y otros logros con los que debe contar una sociedad moderna. Cada uno desde su palestra, no debe cansarse de defender la figura de esta mujer y de muchas otras que lo dieron todo por la libertad, por su tierra y por sus convecinos; es un orgullo para Toledo que María Pacheco, una de las cabezas visibles del movimiento comunero en España y mujer ejemplar para todos, sea un símbolo de nuestra ciudad.