Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


La mayoría

10/05/2024

Comienza San Isidro. Como el mes de mayo: bienvenido sea. Antes incluso de que Urtasun abriera la boca, para cinco de las tardes programadas ya no quedaban entradas. Diez festejos rozan el cartel de no hay billetes y gracias al impulso del ministro de Cultura lo conseguirán. Las productions de Simón Casas llevan semanas con una intensa promoción de la feria y se han encontrado con el mejor defensor del ciclo venteño. Ninguno de los miembros de la Unión Temporal de Empresas que gestiona la plaza más importante del mundo podría imaginarse un socio tan comprometido con su causa. Bienvenido sea. 
El ministro se ha echado al monte y mejor le hubiera ido si se hubiera tirado de espontáneo a cualquier ruedo. Toreros, banderilleros y hasta monosabios le habrían salvado de la paliza que se ha llevado para gran regocijo de sus socios de Gobierno que siguen toreando de perfil mientras los Yolandos se abrasan. Para ser un ministro de cualquier país medianamente serio, lo primero que tienes que conocer es la legislación vigente. Seas antitaurino o seguidor de la comunidad budista Mahasandhi, tu deber es saber las reglas del juego y, como mal menor, que alguien de tu cohorte de asesores te lo chive. Si no te gustan las leyes que afectan al ministerio que diriges, antes de violarlas flagrantemente, se puede siempre empezar por una tramitación legislativa que acabe con la derogación. Aunque Urtasun se lo quiera pasar por el forro, en España la Tauromaquia está protegida por ser patrimonio cultural y es obligación del ministro y del resto de poderes públicos "garantizar la conservación" de esta disciplina artística y "promover su enriquecimiento".   
Hay también un elemento menos normativo que no ha sabido medir ni el ministro ni los que le han animado en su particular cruzada contra los toros. En una sociedad libre, no hay nada peor que intentar prohibir algo. La respuesta va a tener una proporción infinitamente más grande, pero justo en la dirección contraria a lo pretendido. Taurinos desencantados, aficionados críticos con la deriva que están imprimiendo a la Fiesta los propios actores con papeles principales o secundarios, van a volver a los tendidos de las plazas -si es que en algún momento los abandonaron- aunque sólo sea para demostrar a un ministro cicatero que son muchos más de los que nos está queriendo hacer ver estos días. Lo de arrogarse la representación de una supuesta mayoría es tan irresponsable como antidemocrático. Y, aunque así fuera, hay espectáculos mucho más minoritarios que el de los toros que cuentan con gran apoyo económico y gubernamental -del actual Ejecutivo, se entiende- sin que revierta después en el conjunto de la sociedad vía impuestos, por sus aforos testimoniales. 
A Ernest Urtasun le ha faltado también conocer por dentro el mundo de los toros. Ya no digo haber hecho el paseíllo alguna vez o haberse puesto delante de una becerra. Con que alguien le hubiera explicado los cuatro o cinco aspectos básicos de la Tauromaquia habría bastado para hacer algo del daño pretendido. No hay peor antitaurino que los que en su día fueron taurinos y, tirando de historia, el más furibundo perseguidor de la Fiesta fue Eugenio Noel, que en la época de Juan Belmonte y Joselito El Gallo se erigió en el gran perseguidor del toreo en su Edad de Oro después de haber visto -y supongo que disfrutado- de un buen número de corridas. Sus novelas y sus ensayos tienen un poso de conocimiento del sector que Urtasun ignora, para regocijo de los taurinos. 
Ni Roca Rey, ni Morante de la Puebla, ni Alejandro Talavante ni cualquiera de los actuales reyes del toreo han levantado tanta ilusión en los aficionados como el ministro de Cultura. Se lo comenté al ganadero Victorino Martín, presidente de la Fundación Toro de Lidia, en la charla que mantuvimos el pasado sábado: la respuesta en los tendidos y en cualquier espacio donde haya un espectáculo taurino va a ser tan elevada que terminarán por celebrar la supresión de ese galardón.