Roberto Santiago abre con su último título, La rebelión de los cobardes (Planeta), un melón peliagudo: el de las demandas contra las empresas farmacéuticas que no prosperan, incluso con hechos probados. Tras ellas pone a unos abogados de raza que llevan la Justicia en las venas.
Después de Ana vuelves a centrarte en el thriller con La rebelión de los buenos. ¿Queda un poco apartada con esto la literatura juvenil? ¿A qué se debe esta reafirmación en el género y en el público adulto?
Es verdad que el público de Los futbolísimos y el de ahora es diferente, pero son dos caras de la misma moneda. El objetivo siempre es contar historias que conecten con el espectador. Yo, como lector, del género que más he disfrutado siempre ha sido de la novela negra y, precisamente porque le tengo tanto respeto, he tardado tanto primero en escribir Ana y, seis años después, La rebelión de los buenos. Pero eso no significa que deje de lado la literatura juvenil. Lo voy compaginando y creo que es muy bueno para mi salud mental.
Quizá como tus primeros lectores infantiles ya han crecido, ahora les aportas nuevas perspectivas...
(Risas) Sí, sí. Fíjate que el primer libro de Los futbolísimos salió hace 10 años y, por lo tanto, lectores que entonces tenían 10 o 12 años, ahora, con 22, son lectores naturales de estos nuevos títulos. Lo que pasa es que ahora voy mucho más lento porque cada novela necesito más tiempo de documentación, escritura y reescritura... En este género soy menos prolífico.
Además, a los escritores ahora les pedimos que sean casi ensayistas. No vale una buena ambientación y documentación, tiene que ser la mejor ambientación y la más exacta documentación.
Y me parece estupendo. Disfruto muchísimo con la investigación y la documentación. Hay que saber muy bien de qué estas hablando antes de meterte a construir la ficción. En este caso, el libro me ha llevado seis años de trabajo de los que cinco han sido de pura documentación. Lectura de artículos, libros, informes, entrevistas personales y visitas... Mucho trabajo para saber qué terreno estaba pisando antes de contar la punta del iceberg que se narra en este libro que es ficción, ficción, ficción.
Pues menudo melón abre con esta «ficción, ficción, ficción» porque se adentra nada más y nada menos que en lo más oscuro de la industria farmacéutica. ¿Cómo surge el interés por ese mundo?
Un amigo periodista me pasó un informe en el que se hablaba de la enorme cantidad de demandas y querellas que se ponían en Europa contra la industria. Sí que sabía de esto en Estados Unidos, pero me sorprendió que aquí también sucediera. También me llamó la atención que muchas de ellas, pese a tener hechos probados, por temas puramente técnicos no habían prosperado. Y pensé que ahí habría materia narrativa. Creo que en todo lo que he escrito siempre hay algo de lucha contra los poderosos, desde los abusones de colegio a las grandes multinacionales farmacéuticas, que hacen con nuestra salud lo que les da la gana.
¿Hasta qué punto era importante para usted hacer denuncia social?
La novela negra tiene una vertiente en la que básicamente los personajes nunca son ni buenos ni malos del todo y un relato de la sociedad casi hiperrrealista en la que hay, como dices, denuncia social.Se plantean preguntas, dilemas como qué están haciendo con nosotros esas grandes multinacionales, qué está permitiendo el sistema que se haga y qué estamos haciendo nosotros para que nada cambie.
Bueno, mientras a nosotros nos den en la farmacia lo que nos receta el médico para el dolor de cabeza o para el malestar del alma... parece que nos es suficiente.
Me temo que sí. No tenemos ni tiempo ni ganas de menear la realidad ni el sistema más allá. La OMS hace poco decía en un informe que el 80 por ciento de la medicación para la salud mental está sobremedicada. ¿Entonces, qué? Pues eso, que mientras te den la tuya para qué te vas a hacer preguntas. Dejamos lo importante para resolver lo urgente.
Pone el foco en la salud mental, en la investigación de la ansiedad, el insomnio; alteraciones presuntamente potenciadas por ciertos poderes.
Claro que están muy potenciadas. Ahí han visto un filón tremendo, una veta de negocio que están potenciando. Un psiquiatra me explicaba que ante un cuadro severo de ansiedad y depresión hay dos alternativas. Una, apagar el ordenador y el móvil y ponerse a hacer ejercicio y meditar y estar un año dedicado a uno mismo de verdad o tomarse pastillas. ¿Qué hacemos nosotros? Pues tomar pastillas.
¿Piensa de verdad lo que defiende, por ejemplo, con las patentes?
Es que eso es algo habitual de estas grandes corporaciones. Esperan a que los Gobiernos paguen el grueso de una investigación y, cuando están en la fase final, entran para financiar ese último paso y quedarse con las patentes. Es así y lo más grave es que lo aceptamos todos.
¿Quiénes son «los buenos» de esta novela?
Son un grupo de abogados de a pie que llevan la Justicia en las venas y que deciden enfrentarse al sistema. Una lucha de David contra Goliat.
La venganza también mueve mucho la trama, ¿no?
Sí, todo arranca con la necesidad de una venganza por una historia de amor. Se abre ahí una herida profunda que desencadena todo lo que va a venir después.
¡Cuántas veces la venganza puede más que la necesidad de Justicia en el mundo!
La venganza, el orgullo... En fin, son sentimientos muy humanos, pero no grandes aliados a la hora de tomar decisiones.
¿Y usted es más de Jeremías Abi o de Trinidad Bardot?
¡Qué difícil elegir! Yo creo que tengo más cerca de mi corazón a Bardot, pero porque se ha hecho a sí misma, tiene un carácter guerrero y luchador. La comprendo y la quiero.