Esther Durán

Serendipias

Esther Durán


Prima, vera

22/03/2024

La primavera ya ha venido y sí sabemos cómo ha sido. Una mayoría mantenemos el 21 de marzo en nuestro calendario para darle la bienvenida oficial, diga lo que diga el Observatorio Astronómico Nacional. Ante la alegría de quienes somos equipo luz y celebramos que la Tierra haya llegado por fin a la posición en que sus dos polos están a la misma distancia del Sol, siempre están los equipo manta-sofá-frío y los pobres damnificados, los alérgicos, grupo del que salimos y entramos algunos según el año, y cuyo culpable tiene nombre propio, con diversos apellidos: polen. Odiado por unos, amado por otros. Precisamente polen es lo que Natasha Gerasimenko guardaba con todo mimo en su laboratorio de Kiev hasta que los cohetes rusos reventaron los cristales y provocaron la dispersión y pérdida de sus muestras, unas muestras con miles o millones de años que esperaban su turno para un minucioso estudio, pero que se perdieron para siempre. Como las vidas, como el tiempo. Gerasimenko, una científica pidiendo al Universo poder continuar sus investigaciones para arrojar luz sobre este Planeta y sus habitantes, mientras otros, supuestamente de su misma especie, arrasan con todo, como ningún otro animal haría. En medio de la destrucción y la sinrazón, con alarmas antiaéreas como hilo musical, esta mujer y sus estudiantes se la juegan en ese mismo laboratorio que, por fortuna, fue apuntalado y volvió a funcionar en mayo del año pasado.  Gerasimenko ocupaba ayer un par de columnas en El País porque hace unos días la revista Nature publicó un valiosísimo descubrimiento del que es coautora: el hallazgo de los restos humanos más antiguos de Europa, unas herramientas de piedra talladas por Homo erectus, que tienen 1,4 millones de años, una prueba de cómo nuestros ancestros salieron de África y descubrieron Europa. Con nada menos que 70 primaveras, Natasha Gerasimenko sigue impartiendo clases en la Universidad Nacional Taras Shevchenko, la misma donde el polen voló por los aires en la Navidad del 22, pero donde ninguna alarma, ningún explosivo, ni ninguna amenaza acabarán con las mujeres y hombres de Ciencia. Porque si sabemos cómo ha sido, es gracias a ellas y ellos.