Los catalanes se entregarán mañana a una jornada de reflexión cargada de incertidumbre. No tanto por la decisión del voto, que parece distinto en la forma pero es recurrente en el fondo, como por la duda razonable de que nada de lo que emane de las urnas podrá darse por supuesto. Salvador Illa, potencial ganador de los comicios a ojos de la demoscopia, ha dado pruebas contundentes de ser un político postrado a su secretario federal, el presidente Sánchez. El presidente, por su parte, no ha dudado en instrumentalizar cuantos resultados electorales ha sido necesario torcer para perpetuarse en Moncloa. Lo ha hecho por el cauce de una democracia parlamentaria, sí. Faltaría más. Pero lo ha hecho traicionando todo lo que prometió no hacer durante la campaña que le llevó a perder las elecciones pero ganar el poder. En los flancos, la burguesía secesionista liderada por un prófugo y los republicanos que sí dieron la cara y pagaron cárcel por la asonada del malogrado procès esperan el próximo movimiento táctico del presidente. Impredecible y, en consecuencia, peligroso.
En el camino hacia el adelanto electoral, y entre tramas de corrupción, retiros ascetas y trucos de política de saldo, ha quedado enterrado el imperativo de Junts para que el Gobierno fuerce -sí, por la vía coercitiva- el regreso de las sedes fiscales de las empresas que decidieron hacer las maletas jurídicas para huir de la infame opereta de 2017 y los arrebatos napoleónicos de Puigdemont y su cohorte de antisistema (CUP), nacionalistas de izquierdas (ERC) y secesionistas de derecha y ultraderecha (Junts y aledaños).
Esta misma semana, la presidenta de la patronal de Vizcaya, Carolina Pérez Toledo, cuadró al todavía lehendakari, Íñigo Urkullu, y recordó que un incalculable número de empresarios vascos se fueron de su tierra por la extorsión y las amenazas de la organización criminal y terrorista ETA. Pérez Toledo pidió al Ejecutivo vasco un plan para retornar a esos empresarios, petición perfectamente legítima porque además tiene el vuelo de no exigir imposición alguna para revertir la diáspora.
Es curioso, además de lacerante, que en esta ceremonia de la confusión que ofician los nacionalismos, la pagana sea la España interior. La que primero fue nutriente de mano de obra y después alimento demográfico. La que acogió a quienes tuvieron que irse de su sitio natural porque fueron empujados por la irracionalidad y la iracundia. La que no pide que otros tengan menos derechos para tener más. La que paga con agravios el progreso que se financia en las periferias a cambio de cupos políticos parlamentarios. La que sí sabe lo que es ser iguales ante la Justicia. La que mañana también debería reflexionar.