Por motivos que escapan a la lógica, sobre todo viendo la cantidad de partidos que mueren en la prórroga y los penaltis en Mundiales y Eurocopas, la tanda del Emirates (Arsenal-Oporto) fue la primera desde la final de Milán entre Atlético y Real. La épica termina en el 120. A partir de entonces solo hay héroes (porteros) y villanos (lanzadores que fallan).
¿Por qué detenerse en Londres? Hubo mucho de esa épica y casi toda fue portuguesa: cuando se produjo el sorteo, nadie apostó un penique por ese equipo que cabalgaba tercero en la Primeira Liga y todo el dinero se movía a favor del actual líder de la Premier, el eléctrico y estupendamente construido Arsenal de Mikel Arteta. Pero el 1-0 de la ida, sellado con ese 'plus' que la vieja Copa de Europa da a equipos experimentados sobre 'pipiolos', abrió un debate que no íbamos a tener en esta eliminatoria. Durante 120 minutos, el Oporto asfixió a los 'gunners' con un ejercicio defensivo hermoso. Al partidazo de Nico González por delante de los centrales (¡Qué mediocentro defensivo dejó escapar el Barça por 8,5 millones!) se añadió la actuación coral de Otavio y Pepe, dos colosos chocando pechos en cada corte, soltándose golpes como los hermanos Macanna propulsando el 'troncomóvil', gritando eufóricos a un palmo de la oreja de Havertz, Saka, Trossard, Odegaard o Gabriel Jesús cada vez que iban al suelo en un 'tackle' ganador.
A todo esto, Pepe tiene 41 años. Y apenas cometió error y medio en 210 minutos de eliminatoria ante un equipo en el que la inmensa mayoría de los futbolistas apenas se tenían en pie cuando él ya había debutado. Cuando resistir es un arte, negándose a que el paso del tiempo y las nuevas generaciones con su 'neofútbol' te pasen por encima, nadie puede achacarte nada en la derrota.