No sé cuántos goles más de estos le quedan a Luka Modric. ¿Uno? ¿Tres? ¿Ninguno… y ya, o sea, ha sido el último? La sensación del 'gourmet' del deporte cuando analiza estas 'cosas' tiene mucho que ver con la del hijo que va perdiendo al padre poco a poco, y cada día un poco menos de padre, y trata de exprimir los últimos instantes de lucidez, la última risa sobria, la última mirada fija, la última frase coherente. Este fútbol que es pura emoción nos regala de vez en cuando presencias estelares como las del croata, un futbolista que ya jugó sus mejores minutos hace tiempo al que le quedan chispazos como el del domingo: un quiebro fugaz con el mismísimo control y un disparo teledirigido al ángulo donde no llegan los guantes.
Aún las televisiones nos muestran quiebros de fantasía de Messi y disparos a gol de Cristiano Ronaldo. Todavía tienen 'cosas'. De una forma quizás irracional, tal y como funcionan las cabezas de idólatras que disfrutaron de sus tiempos de gloria, todavía vemos trazas de espectáculo donde sin duda hay decadencia, porque los grandes genios del juego alargan sus carreras a base de fogonazos: cuando el cohete ya explotó y dibujó su magia en los cielos, aún en el suelo es capaz de brillar, emitir calor y soltar alguna chispa. En esas andan el bueno de Modric y sus compañeros de generación, tipos a los que empiezas a echarles de menos incluso sin haberse ido.
Lo que hay que analizar, conscientes de que el adiós está cerca, es que 'muy poco' de estos genios sigue siendo 'mucho' en comparación con la media. Cada chispazo aún tendrá el valor de un gol, una victoria o un título. Ya no iluminarán el cielo como antes, pero merece la pena seguir atento. Algún día, sí, será el último y nadie debería cometer el error de haberse perdido el más mínimo detalle.