Una de las fotografías que más me ha impactado entre las muchas y muy impactantes que han venido publicando los periódicos en los últimos días ha sido ese primer plano del rostro furibundo de Donald Trump como acusado ante un tribunal de Nueva York. Pensar que ese hombre, que (presuntamente, claro) sobornó a una actriz para silenciar sus relaciones sexuales con ella, pueda llegar a ser presidente de los Estados Unidos -según las encuestas, lo será, si Dios y los electores norteamericanos no lo remedian- provoca, al menos aquí en el Viejo Continente, oleadas de espanto. Y así seguiremos, porque el 'presidenciable', el candidato a ser el hombre más poderoso del mundo, tiene aún cuatro juicios pendientes y se enfrenta a 23 querellas judiciales que abarcan desde la falsificación contable hasta la violación de la ley de espionaje, pasando por el intento 'golpista' tratando de anular el resultado de las elecciones de 2020.
Estamos, sin discusión posible, ante un presunto delincuente múltiple, de cuyo sano juicio algunos nos atrevemos a dudar, nada menos que en posesión del botón nuclear en un mundo nuclearizado y repleto de no menos presuntos chiflados, comenzando por el horrible Putin y terminando por el ayatolah Jamenei, y sin olvidar, desde luego, a esa máquina de guerra que es Netanyahu. Con todos estos ingredientes en la batidora ¿qué podría salir mal? Y además, ¿cómo evitar el efecto contagio en otros Estados menos poderosos e influyentes, como nuestra querida Argentina, dominada hoy por un Milei de rostro también bastante poco tranquilizador, que se alía, en cuanto puede, con alguien como Elon Musk, cuyas ansias por controlar, en lo que pueda, el planeta Tierra (y otros planetas) son patentes?
Sí, ese rostro de Trump que anticipa venganza contra un sistema judicial al que acusa de "persecución política" es un presagio casi tan intranquilizador como las imágenes de Gaza desolada o como los cañones de los tanques disparando quién sabe contra qué objetivos en Ucrania. No entiendo a los que hoy aseguran que hay signos de pacificación y mesura basándose apenas en que Israel ha decidido no destruir del todo Irán, y viceversa... por ahora. No entiendo a los que se encogen de hombros y desoyen a gentes sensatas que, como Donald Tusk, el papa Francisco, Ursula von der Leyen o el propio Josep Borrell, nos advierten de que nos estamos situando al borde del abismo. No entiendo la inoperancia de las Naciones Unidas, atrapadas en su inútil verbalismo. Y tampoco deja de incrementar mis aprensiones el hecho de que en las próximas elecciones europeas se pueda experimentar un auge notable de los populismos extremistas.
No, hoy, viendo en las portadas ese rostro contraído del expresidente que aspira a volver a la Casa Blanca, no tengo ganas de ocuparme de las pequeñas jugarretas legales e ilegales que contemplamos en casa, ni las tontas querellas de nuestros políticos. Al final, pese a todo, casi me felicito por estar así aquí y ahora. Y lamentando que el resto del mundo no podamos votar en las elecciones de los Estados Unidos, en las que tanto nos va. Mundo de locos.