Sé que está severamente prohibido el optimismo, pero el año 2013 acabó mejor que el 2012 y el 2014 ha empezado mejor que el 2013. Algo mejor y dentro de lo malo, pero mejor. Mañana, si quieren, discutimos si la botella está medio llena o medio vacía, pero convendremos que al menos no está tiesa.
Uno se ha pasado el año enterito aguantando a los profetas, calculados en 300, del Apocalipsis y soportando el vaticinio de que el Holocausto, el embargo o el rescate, era como muy tarde mañana. Por supuesto, ellos son los sabios, los gurús y los mismitos que cuando su amigo ZP gobernaba veían más brotes verdes que la pastorcilla Salgado. Alguno hasta fue el partero del Plan E que aún defiende como bueno. Por supuesto que ellos no tienen ni siquiera que decir que se equivocaron en algo. Por supuesto que hay que darles la razón. Por supuesto que hay que seguir encadenando profecías, todas malas. Por supuesto que soy un idiota alegrándome de que en diciembre haya bajado el paro en más de 100.000 y que haya subido la afiliación en más de 60.000. Me pondrán a parir en cuanto se me ocurra decirlo, pero voy y lo digo. Me alegro y percibo que algo está cambiando.
Verán, cuando la prima de riesgo estaba por 600 y subiendo, el verano pasado, aquello era la hecatombe. Era todos los días apertura de debate y telediario. Como resulta que ayer terminó por debajo de 200 enteros y el bono a 10 años por debajo del cuatro por ciento, ya no es noticia. Ya solo es un dato macro. Que lo es, y que no pasa de ser una cifra, si no se traduce en lo que nos interesa: empleo y menos paro.
Pues a eso vamos. Llegó la terrorífica EPA de abril de 2013, que supero los 6,2 millones de parados. Nunca ha sufrido mayor situación de angustia social y económica la España democrática. Pero ya no es tanta, aunque siga siendo horrorosa y dramática. Se engancharon seis meses de bajada del desempleo, de marzo hasta agosto. Los escrutadores interesados del hígado de las ocas dijeron que era estacional todo, ¡seis meses!, y que nos íbamos a enterar en otoño. Que sería el llanto y el crujir de dientes, pero resultó que no, que se renqueó, pero menos, y que llegó noviembre en positivo y diciembre sacando pecho. O sea, de 12 meses, en ocho hemos ido a menos mal y en menos mal que el año anterior hemos quedado: 150.000 de menos males para ser mas preciso.
Más allá de la frontera. Lo peros los conozco, 85.000 afiliados menos a la Seguridad Social y sus causas, emigrantes de aquel aluvión de cerca de cinco millones que regresan y españoles que buscan trabajo fuera de nuestras fronteras, pero el que no ve el cambio evidente de tendencia es porque es el del refrán del ciego que no quiere verlo. Y hay quien no quiere, quien encima hasta se cabrea con cualquier buena noticia.
Las hemos pasado mal y vamos a seguir pasándolas no mucho mejor. Y hay millones de personas que siguen en el peor de los agobios. Lo exigible es que ese cambio, esa tendencia hacia mejor se acelere y llegue cuanto antes a quienes más lo necesitan. Eso es lo que debe exigirse y con rotundidad al Gobierno.
Pero ¿es legítimo que lo exijan quienes dejaron esto como un erial socarrado? Pues sí, es legitimo, pero tiene deje a pares. Porque no es creíble que en sus recetas y en sus augurios haya solución de futuro. A lo mejor eso es lo que, tozudas, reiteran las encuestas. Que si al Ejecutivo se le castiga por sus pecados, los que no se olvidan son los de aquellos que nos llevaron de cabecita a los infiernos.
Ha empezado el 14, un año decisivo en tantas cosas donde hasta nos jugamos España, pero en lo económico quiero recuperar aquella imagen más de una vez aquí empleada: la del coche que tenía el motor gripado, la chapa con más abollones que el de Sainz después del Dakar, ni gota de gasolina en el depósito ni gasolinera que nos la fiara. Así estaba, así dejaron España, aunque no quieren de ello tener memoria.
Ahora no es que el vehículo haya recuperado velocidad y marcha, pero al menos gasolina ya nos fían y hay alguna en el depósito y el motor empieza a querer arrancar y ya por lo menos tose. No está muerto, vamos. Queda lo esencial, la prueba del nueve, la del algodón, la que marcará el sí o el no, el fiel de la balanza: que ese auto comience a hacer kilómetros que hay que medir en parados menos por hora. Sí, por hora, porque para conseguir que España vuelva a ser una sociedad equilibrada al menos tenemos que lograr que el año que viene haya 100 parados menos por hora. Como poco, y mejor que podamos ir a 120 o hasta 130 como dicen que nos van a dejar en carretera, si se puede en algún tramo. Que menos que eso, 100 parados menos a la hora. Echen la cuenta y verán que no es una quimera. Aunque sea mi petición de este año a los Reyes Magos.